LA IBERIA ENTERRADA

 Para un fotógrafo aficionado como yo lo que es motivo de agradecimiento y celebración es que la belleza pose hermosa ante el objetivo de la cámara, y para ello no es necesario hacer mucho esfuerzo porque  la naturaleza, profundamente generosa, nos complace con su encanto continuamente y si, además tienes suerte, y sobre una colina rocosa o altiplano hallas las ruinas de lo que fuera una ermita visigoda o románica o tal vez algún vestigio, aunque sea teórico, de asentamientos de Turmogos (tribu celtíbera que encontró cobijo en la comarca del Arlanza) entonces ya puedes considerarte privilegiado. Y justo en este punto es donde se cruzan mi pasión por la fotografía y el amor creciente hacia estos patrimonios del olvido, ubicados por doquier en la provincia de Burgos. Aunque me invada la melancolía al visitar un despoblado o las ruinas de piedra de algún levantamiento que no ha sido lo suficientemente (o nada) valorado por las administraciones públicas y el gobierno regional, también me presto a disfrutar de lo virginal que puede haber en ellas, como si mis ojos y mis lentes fueran los primeros en descubrirlas. Y disfruto en silencio de aquel paraje aislado retrocediendo en flashback con la imaginación y me pregunto ¿por qué fue elegido aquel lugar para construir? ¿Qué encontraron en él a un nivel geológico? ¿Qué sintieron allí para elegirlo? Quizá se dejaron impregnar por lo mismo que yo en ese preciso instante: un sopor que inmoviliza y conduce al estado alfa, ese estado en el que la invocación a lo divino ocurre de una forma hipnótica y con el que conectamos con la energía de los lugares, con el alma de las cosas.
 Claro que poco estímulo hubiera podido yo recibir sin el amor incondicional que Isabel Barrios, compañera en IBERIA MÍTICA y MÁGICA, profesa hacia todo lo mencionado anteriormente, ya que como historiadora y sensitiva posee el don de ver los parajes que visitamos esporádicamente tal y como eran hace un puñado de siglos, y yo, ávido y curioso, me nutro del privilegio de poder escuchar, y apenas vislumbrar, sobre lo que ella ve y “siente” en determinados lugares con sólo una piedra labrada como pista.

Juan Carlos Gallego



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Ibamos en busca  de  una  ermita  mozárabe  a  Santa  Cecilia  (Burgos), en  teoría  junto  a  una  granja  de Degesa. La  tarde  era  tranquila  y  soleada  y  empezamos  el  recorrido. Nos  informaron  previamente  que  la  existencia  de  la  ermita  y  su  deterioro  había  sido  puesto   en  conocimiento  de  la  Junta  de Castilla  y  León  hacía  unos  quince   años, momento  en  que   aún   se  contemplaban escenas  de  policromía  ente  sus  paredes.
Llegamos  a  la  granja  cuyas  vallas  estaban  literalmente   pegadas  al  río. Para desviar  el  cauce  de las  agresivas  aguas  del  Arlanza (y  probablemente  con   la  mayor  parte   de su  privado  territorio  dentro  del  lecho  mayor   del  río – me  pregunto  dónde  estaba  la Confederación  Hidrográfica  del  Duero  es  ese  momento-)   habían   colocado  un  talud  a  base  de  camiones  de  tierra  y  piedras  sobre  el  cauce, para  frenar  la  fuerza  del  agua  en  pleno  meandro.  Y  a  lomos  de  dicho  talud, a  unos  15  m.   sobre  el  cauce, apareció   a  lo  lejos  y  semienterrada, la  ermita.
El  talud  había  inundado   de  escombros  parte de su  planta  rectangular y, puesto   que  nuestro  cuerpo, dentro  de  la  ermita, se  situaba  a  la  altura  del  arranque  de  la  cúpula  central, calculamos  que  está    enterrado  gran  parte  de  su  interior  bajo   dos  ó  tres  metros  de  tierra.
Las  paredes  presentan  un  tapial de algo  menos  de  un  metro  de  espesor, formado  por una  argamasa  de  canto  rodado  y  piedras  unidas  por  una   mezcla  de  tierra  y  cal,  de  una  dureza inusitada.
Cercana  al  río  que  hoy  relame  sus  cimientos  y  rodeada  por  un  canal  que  la  granja  ha  desviado  y  tapado  convenientemente  ( o  reutilizado  como  fosas  sépticas) la  ermita  se  situaba  en  un  paraje  idílico, rodeada  de  altos  árboles  y  laurisilva  propia del  entorno  del Arlanza, la  ermita  tenía  un  encanto  especial  con  su  cupulita  y    su  entrada hacia  el  este, dicen  que  en  forma  de  herrradura. Hoy es  apenas  una  escombrera  vegetal.
Se  fue   deslizando  la  niebla  en  una  sucesión   de  pequeños  vellones  blancos  y  decidimos  trasladarnos  a  la  otra  ermita  no  sin  antes  de  sospechar  que  pudo  haber  algún molino sobre  el  canal  tapado que  rodeó  en  su  día  la  ermita.
Desde  el  pueblo de  Santa  Cecilia se  contempla  su  desvencijada  ermita de  San  Juan  cual  torre fortificada  del  Medievo, rodeada  de  foso, como se  contempla  desde  lo  alto  de  la ermita. A  medida  que  ascendemos, restos  óseos y  de  cerámicas  varias pueblan  el  sembrado  que  rodea  la  ermita. La  cerámica  está  ricamente  decorada y  es  de   muy   variada  cronología (de entre  algo  más  de  un  milenio  antes  de  Cristo  hasta  unos  diecisiete  siglos  después).
Y  las  densas  nubes  cubrieron  el  lugar  dándole  el  aspecto  de la  que  realmente  era: un  gran  cementerio  por  los  siglos  de  los  siglos.
La  ermita  ha  sido  desmantelada por  los  propios  habitantes  del  pueblo  ante  la  pasividad  de la  Junta  de C y L, avisada  de  forma  reiterada  por  alcaldes  y  asociaciones. 
Por  los  grandes  bloques de los  cimientos,. Las  hiladas  en  espiga  del  muro  norte, la  profusa  aparición  de  pavimento  romano  embutido  en  la  frágil  argamasa  de tierra y  piedras  de   sus  paredes,  el  lugar  pudo  corresponder  a  un  `pequeño  panteón  romano, reutilizado  más  tarde  como  torre y  como  ermita hasta  su  deterioro  final.
Este  lugar, rodeado  de  bosque  en  el  Medievo, con  el  río  a  sus pies, sus  terrazas, sus  casas  encajadas  en  el  cerro  cual  madrigueras  de  zorros, su  foso  cubierto  de  agua   y  tal  vez  algún   molino , debió  ser  un  lugar  idílico, un  pequeño   paraíso  perdido. Como  éste, gran  parte  de  los  lugares  que  recorremos  son  paraísos  perdidos: perdido  su  manto  vegetal, desecadas  sus  fuentes  de  aguas  minero medicinales, abandonados  sus  pueblos,  la  muerte  civil  es  un  hecho. Pero  si  a eso  le  añadimos  la  negligencia  de  la Administración, la  agresividad  de ciertas  empresas  que  parecen  haber  olvidado  que  las  actuaciones en  patrimonio  histórico  para  su  puesta  en  valor, desgravan  fiscalmente  y  que  enterrar  al  mismo  es  un  delito; y  la  pertinente   pasividad y  complicidad  de los  responsables  de  la  Cuenca  hidrográfica junto con la impotencia  de los  alcaldes  de los  pequeños  pueblos  olvidado  han  dado  al  traste  con  parte  del  patrimonio  más  valioso  de la  Iberia  Vieja.

Isabel Barrios.




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